Al acecho de formas que acomoden mi entendimiento.

viernes, 17 de junio de 2011

Simpleza encerrada

El presente que se esconde de mis deseos y se transforma en la inutilidad hecha oportunidad.
¿Por donde espiar al futuro?
¿Qué hueco dejo librado al azar de mis pensamientos uniformes?
Necesito un rayo en la frente. Claridad. Desangustia. No control. Exitoína. Placer de hacer. No ser.
Y traté de ponerme de pie, y el músculo falló.
Es tiempo de que aprenda a volar.
Simpleza encerrada, dejarte llevar.
Buscar la ola, cerrar los ojos.
El mar siempre te devuelve.

lunes, 11 de abril de 2011

Otra hoja

Gotas rojas, gordas, espesas, salen a la luz y atraviesan la mano. Como partes de un todo, se suicidan desde cuarenta centímetros de altura.
El brazo blanco, flaco, sutil descansa sobre el borde de una bañera humeante; pareciera extenderse hacia los que nunca llegarán a tiempo.
Y la hoja de afeitar, en el piso, protagonista y abandonada.

martes, 5 de abril de 2011

Una hoja

Las últimas dos ráfagas de viento le hicieron tomar conciencia acerca del inevitable fin que se acercaba.
“Es tiempo de soltarme”, pensó. Pero no lo hizo. Prefirió esperar nuevas bocanadas de aire que la llevarían lejos del resto.
Finalmente, el viento volvió a soplar. Y entonces se desprendió de la rama.

lunes, 28 de marzo de 2011

Perdidos en Tokio

Perdidos en Tokio. Aunque quizá no sea Tokio. Imposible saberlo. Es de noche. Y ellos aún no entienden como llegaron al centro de la ciudad.
La angustia lo domina todo. El mar arrastró su barco hacia la costa y más allá. Pero no es lógico. No puede ser real.
¿Estarán en Tokio?
No pueden saberlo. Están heridos. Mareados. No hablan japonés. Sólo saben que estaban próximos a Japón y que querían conocer Tokio.
Hay gente en las terrazas de los edificios pidiendo ayuda. Gente que seguramente sí sabe cuál es el nombre de aquella ciudad.
Mientras, el agua sigue subiendo. Todo es agua y nada más.

martes, 22 de marzo de 2011

Fue un instante… y el aire se licuó.
Y ya no hubo donde correr,
ni tierra sobre la que derramar lágrimas.

martes, 8 de febrero de 2011

Tiempo

El sabía de su error. Miró por la venta y descubrió que el verano pronto acabaría.
Apagó el cigarrillo, hundió sus dedos entre las primeras canas que poblaban su sien y sostuvo la cabeza que pesadamente caía hacia la izquierda.
Pensó. Ya era poco lo que podía hacer. Volvió a mirar por la ventana. Quiso sentir la cercanía del mar, pero trescientos kilómetros se lo impedían.
Tiempo muerto.
Lentamente bajó su mano, el cuello volvió a sostener la cabeza, tensó los músculos de sus piernas y se paró.
Aún quedaban los platos del almuerzo por lavar, y cientos de tareas menores que se sumaban.
Resignado, cerró la ventana.
Aquella vieja prestamista ungida en flores seguía golpeando a su puerta

Cazadores furtivos